El laboratorio poético de Dione (un texto transcordillerano)




“una mirada desde la alcantarilla
puede ser una visión del mundo
la rebelión consiste en mirar una rosa
hasta pulverizarse los ojos”.
Alejandra Pi
zarnik



La obra de Dione Veiga Vieira es un constante ir y venir de imágenes, donde se tensionan elementos poéticos, objetuales y fotográficos (los que son un claro ejemplo de la versatilidad de su obra artística, o como ella denomina “hibridismo de la contemporaneidad”[1], y donde las posibilidades de lectura están establecidas a partir de diversos tropos literarios, y sin duda éstos apuntan a una “opera aperta”).

Varias de sus obras parecieran articularse a partir de ‘ready-mades’ rectificados o assemblages, y su funcionalidad estaría dada por un proceso físico-alquímico (desarrollable en su “laboratorio poético”, tal como señala la artista), y donde uno de sus ejes transversales serían ciertos vestigios que denotan una raepresentatio in absentia. Es decir, una metáfora donde se alude a un cuerpo ausente, y que por tanto sólo puede ser representado. Lo contrario a esto es la “presentación”, realizada esencialmente por el body-art y por la performance, donde el artista recurre a su propio cuerpo como soporte material de la obra de arte.

Es precisamente la diversidad de materiales -además del interesante contraste entre texturas, y su relación con los objetos-, uno de los principales intereses de Dione Veiga Vieira, ya que como ella misma asegura: “la materia es mi metáfora preferida para reflexionar sobre la vida y el arte”[2]. Junto con esto, lo principal en su producción artística es el hecho de establecer una dinámica de poéticas visuales, donde se fusionan los elementos plásticos y conceptuales, y donde la decodificación de la obra radica en una lectura comprometida por parte del espectador (Octavio Paz señalaba que era responsabilidad del espectador transformarse en artista, así como el lector en poeta[3]…). De este modo se resignifica el rol del artista[4], más allá de su compromiso social, o bien, de la noción misma del espectáculo.

“¿Es la blancura una metáfora de la decantación de la materia? ¿Es lo blanco delicado, fino y un sutil velo, como una metáfora de las cosas evanescentes y vaporosas? O bien, ¿de las cosas que se evaporan en el mundo material? Evaporar = Desaparecer”[5]. Junto a las sutilezas materiales, cromáticas y semánticas, la artista nos refiere la dimensión evanescente de la modernidad anunciada por Marx: “Todo lo sólido se desvanece en el aire…”, y donde lo permanente, lo museografiable se vuelven obsoletos[6]. Algo que se opone a la materialidad y simbolización del huevo, en cuanto sustancia primigenia, receptáculo de vida… y que también asume las características de la seguridad de lo uterino, o de protección hogareña (Humberto Giannini habla del “retorno ad ovo”, como esa instancia diaria en la cual la persona regresa a su punto de origen, que es su propio hogar, donde encuentra calidez y refugio[7] ).

Es quizás el mismo uso de los velos, una parte fundamental de esa estrategia visual de mostrar-ocultando, otra de las sutilezas de la artista que apunta a una lectura abierta (y sin dudas, poética) de sus obras, donde secretamente se alude a una noción de transformación, de movimiento imperceptible y de desaparición de la materia[8]. Lo que de algún modo estaría presente en la deformación de los vasos, donde el movimiento no sería aparente, sino una huella en la materialidad misma del objeto[9]. Imágenes equívocas, remotamente futuristas, y que hacen patente la huella del azar, la accidentalidad en su manufactura… De eso y mucho más nos habla Dione: de un maravilloso mundo de posibilidades donde la poesía pese a todo, sigue dándonos claros signos de sobrevivencia.


Sergio González Valenzuela*
Santiago de Chile,
Agosto de 2008


Notas

[1] Dione Veiga Vieira en e-mail al autor de este texto.

[2] D.V.V. en e-mail al autor de este texto.

[3] Octavio Paz en “Marcel Duchamp ou o Castelo da Pureza”, Editora Perspectiva, São Paulo, 2004.

[4] «Concuerdo enteramente con la definición de "artista" como aquel que "se busca y se araña por dentro", en contrapartida al "activista" que está envuelto "con el amor al prójimo"...». Dione Veiga Vieira en e-mail al autor de este texto, y a propósito de la obra de la artista Regina Galindo.

[5] D.V.V., op. cit. La artista agrega: “El arte también es un proceso de depuración/decantación”. Es decir, la lectura y decodificación de la obra de arte no es instantánea, sino que por el contrario, requiere por parte del espectador de un proceso lento de asimilación.

[6] Aquí el referente fundamental es el libro del mismo nombre de Marshall Berman, del mismo modo que la crítica explícita al coleccionismo y al concepto de museo expuesto por Flaubert en su novela inacabada “Bouvard et Pécuchet” (1881).

[7] Humberto Giannini en “La Reflexión Cotidiana: Hacia Una Arqueología de la Experiencia", Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1987.

[8] “La idea de la transformación de la materia está enquistada la idea de la transitoriedad de el cuerpo y por la tanto, de su desaparecimiento…”. D.V.V., op. cit. Donde el guiño a Lavoisier es más bien poético que químico, y por tanto, más conceptual que empírico.

[9] “Las deformaciones son las diferencias de los cuerpos, que en sus aparentes semejanzas –y dentro de un conjunto aparentemente homogéneo-, los cuerpos sustentan sus particularidades específicas”. D.V.V., op. cit. En este la “diferencia” presente en los objetos tiene un alcance derridiano y benjamiano, especialmente en cuanto al valor aurático de la obra de arte única e irrepetible, que en este caso paradojalmente está dado por el ensayo-error de la manufacturación industrial.


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*Sergio González Valenzuela, Profesor de la Universidad Finis Terrae (Chile) y Curador de arte.
 


Texto publicado no folder da exposição "A Liquefação e a Decantação", 2008. Galeria Gestual. Porto Alegre, RS.  E posteriormente,  publicado  na *Revista SIBILA, São Paulo, SP, em setembro de 2008. http://www.sibila.com.br/index.php/arterisco/318-el-laboratorio-poetico-de-dione-un-texto-transcordillerano-

Fragmentos de Ausência



* Paula Ramos


A perda é inexorável. A trajetória humana, de qualquer um, é permeada por ausências. E embora a grande maioria das pessoas tenha consciência da inevitabilidade da morte, superá-la sempre envolve um caminho penoso. Dione Veiga Vieira, em Fragmentos Primordiais, exposição que segue até 3 de outubro junto ao Museu de Arte Contemporânea do Estado, MAC-RS, fala-nos dessa dor, da consternação diante do vazio. Sua reflexão foi motivada por uma experiência pessoal e traumática: a morte prematura, porém prolongada, de sua mãe, ocorrida há pouco mais de dois anos.

Na merecida sala especial junto ao MAC, Dione construiu simbolicamente mais uma etapa de depuração desse processo, por meio dos vazios e da impossibilidade: cadeiras sem assentos; mesas sem tampos; molduras sem imagens; espelhos manchados e opacos, nos quais a imagem se desbota; oito marcas de pratos, apenas elas, na toalha de mesa tomada pela erva daninha que sufoca a mesa e os afetos.

Como pontuou Angélica de Moraes no belíssimo texto sobre a exposição, há nesse trabalho muita raiva e dor, ira contra o absurdo e precário que ronda a existência. Tal sentimento paira nas cinzas espalhadas, no pó, nos talheres antigos, nas datas desbotadas no tecido, nos vestidos festivos, porém tristes, nos enormes ganchos de carnes, a fisgar-nos e a rasgar-nos. A dilaceração reside nas centenas de fotos colocadas lado a lado, distorcidas e em apagamento, mostrando um vestido bordado, usado pela mãe da artista com vaidade na juventude e que persiste, tal como relíquia, sob o vidro de uma das mesas. Presença entranhada na ausência, respirando nos objetos, vivenciados ou não. Esse é um aspecto particularmente interessante da poética de Dione, uma vez que poucos dos elementos que utiliza integram, efetivamente, o seu arquivo pessoal. A grande maioria deles foi adquirida em lojas populares, de usados, até mesmo na rua. O comovente vestido de criança, no qual se lê, em caprichoso bordado, Ana Maria 22.04.1963 e Mariane 27.12.1964, foi comprado num brechó. O mesmo aconteceu com o traje branco de noiva, sutilmente exibido pelo avesso, como a revelar nódoas de um corpo, vestígios de suor. É que à artista não interessa a essência objetiva das coisas, mas sim as relações que elas podem suscitar, metafóricas e de memória. No caso do vestido infantil, quantas não são as perguntas: Quem foram Ana Maria e Mariane? O que aconteceu com elas? Suas histórias foram felizes? Trágicas? Estarão vivas?

Dione, efetivamente, dá margem à construção narrativa do espectador, à imaginação e ao espelhamento. O resultado é que a grande maioria dos que percorrem sua instalação sentem-se logo envolvidos e abraçados, mesmo que, num primeiro momento, o que recebam seja um amargo soco no estômago. É natural. Em toda sua trajetória, Dione nunca procurou fazer uma obra bonitinha ou asséptica. Pelo contrário: busca mobilizar as pessoas, propor novas sensações a partir de elementos e jogos perceptivos nem sempre fáceis e agradáveis ao olhar apressado dos dias atuais. Em suas reflexões sobre o humano, sobre o corpo e sua fragilidade, a artista diversas vezes se apropriou de estopas encharcadas em líquidos vermelhos para referenciar vísceras, ou de mangueiras transparentes remetendo a veias: simulacros tola e facilmente reduzidos a certa escatologia. Dione, contudo, não se importa. Na realidade, ela gosta e precisa tocar de maneira profunda as pessoas. E os objetos, adotados em suas obras mais recentes, constituem um veículo privilegiado para isso, uma vez que fazem parte do cotidiano de todos nós, cada qual em sua especificidade.

Em Fragmentos Primordiais, os móveis, gavetas e objetos estão harmonicamente articulados nos cerca de 500 m2 do espaço, que tanto assustam vários artistas e que Dione soube domar, com síntese e elegância, recriando o ambiente de uma casa, mesmo que devastador.

Muitos poderão dizer, de maneira precipitada, que se trata puramente de uma espécie de terapia, como se a artista quisesse exorcizar seus fantasmas. Pode ser. Entretanto, como esquecer que a arte se faz essencialmente a partir de vivências? Como ignorar que a arte também é uma interpretação pessoal da vida, de suas alegrias e, substancialmente, de seus dramas? Não, não é terapia. É tocar na ferida latente e propor um diálogo sobre a condoída experiência da perda, pela qual todos, um dia, passaremos. E isso Dione conseguiu de maneira sublime.



*Paula Ramos é jornalista e doutora em História, Teoria e Critica de Arte/UFRGS - Universidade Federal do Rio Grande do Sul.


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Texto publicado no CADERNO CULTURA – Jornal Zero Hora - ZH – Porto Alegre – 25 de setembro de 2004, referente a exposição Fragmentos Primordiais, 2004, Sala Especial - MAC-RS, Museu de Arte Contemporânea do Rio Grande do Sul.

Índices de Ausência




*Angélica de Moraes



Um sentimento forte fisga, fere e faz sangrar todo o corpo desta exposição: a memória de uma ausência. Ela pende de ganchos que se projetam de prateleiras vazias. Nada mais está em seu lugar. Rasgada na carne dos dias, arrancada do cotidiano aderido aos móveis da casa, a ausência é gume afiado que espeta e dói. A um só tempo, uiva todos os tempos deixados, todos os tempos que já não são. É lâmina e corte, tudo misturado e fundo. Mordendo e mordendo. É oco. É abismo. É o impossível convívio na mesa sem superfície, na cadeira sem assento, na lembrança sem trégua, sem descanso. É aquela lágrima em suspensão, cavando caminhos ásperos e noturnos até desaguar no fel da manhã.

Esta mostra individual de Dione Veiga Vieira morde um naco de dor que, cedo ou tarde, todos vamos trincar nos dentes. Afinal, ensinam as escrituras bíblicas, do pó viemos e ao pó iremos retornar. Em latim, a certeza soa ainda mais inexorável: Pulvis es et in pulverem reverteris. Há raiva e dor, sim, muita. Ira contra o absurdo e o precário que ronda a existência. Não há espaço para um doce folhear de álbum de recordações. As lembranças são abrasivas e tocam nervos expostos. A casa está lotada de ausências que pousam em todos os objetos e se agarram com força nas roupas.

Embora tenha começado a construir sua identidade artística com uma produção nascida na pintura matérica, Dione alcançou maior densidade para sua arte quando transferiu seu campo de atuação da planaridade da tela para a tridimensionalidade da instalação e do objeto. Toda a rica investigação de texturas, existentes nos pigmentos terrosos e nos materiais carbonizados que se desmancham em nódoas indeléveis, foram potencializados e transferidos para instalações descarnadas e dramáticas.

Foi nesse diapasão que Dione realizou a tocante instalação sacra O Corpo Invisível, em 2002. Como bem observou Mário Röhnelt, nessa obra Dione revisita a tradição da pintura religiosa, expandindo-a da moldura do quadro para todo o espaço de uma capela, tomado como o próprio corpo de Cristo. Assim, “... o drama alastra-se pelo chão de sua própria casa, que também é seu corpo, que também é nosso corpo individual e social”. Ali, o sangue do martírio perpassa toda a cena, seja nas “veias” feitas de finos tubos plásticos, seja nas estopas encharcadas ou nas bacias. As feridas são lavadas, o sofrimento é tratado.

Na instalação seguinte - realizada em Pelotas em 2003 e denominada A Calcinação, a Unção e a Floração - Dione seculariza a temática da perda e a exorciza. É quando a artista encontra o percurso redentor na própria afirmação da força da vida e dos ciclos da natureza.

A instalação exibida em Pelotas chega agora ao MAC-RS como eixo de uma mostra individual mais extensa, em que a temática da perda adquire ainda maior tensão dramática. Lá como aqui, fica cada vez mais nítida a filiação de Dione à poesia visual, esse interstício entre artes plásticas e literatura.

Assim como o catalão Joan Brossa (1919-1998), a artista gaúcha constrói uma nova semântica para os objetos ao associá-los de modo aparentemente aleatório e incongruente. O que faz um ovo na exata intersecção de uma dobra de toalha de mesa? E a colher colocada cuidadosamente eqüidistante das bordas do tecido onde repousa? Há nessas propostas uma ossatura sólida, ancorada na genealogia surrealista.

A idéia do estranhamento, ou dépaysement, como bem anotou André Breton, é função essencial das operações surrealistas. Dione instala estranhamentos eficazes ao reunir coisas banais e imantá-las de novos significados. As coisas são elas próprias e algo mais. Esse algo brota do inconsciente para costurá-las de sentido. São sensações levíssimas, que guardamos sem saber bem porque, em compartimentos pequenos e quase inacessíveis. A racionalidade nos avisa que não há aí qualquer utilidade prática, mas quem diz que conseguimos descartar essas coisas de nós?

A exposição se desdobra assim, em memória e ausência. Há uma cuidadosa arqueologia de gavetas de guardados e uma insistência crispada na re-significação do cotidiano recortado no gume da perda. O tempo já vivido aflora nas coisas. É quando a colher remete a quem alimentava. O ovo compartilha com o ventre feminino as redondezas da gestação. A toalha convoca para o convívio da refeição em família. Na síntese visual, o poema se constrói tomando de empréstimo nossas próprias memórias.

A fotografia entra nesse conjunto para ajudar a compor a trama de malhas cada vez mais apertadas em que a artista nos coloca ao longo do percurso da mostra. As fotos também ressoam um vocabulário surreal, em que o manequim sinaliza o duplo, a presença fantasmal. O outro lado do espelho. Algo de contornos indefinidos, descorados, como a imagem em negativo que se esvai em branco no que antes era sólida presença em negro.



O vestido pendurado no trinco de uma janela entreaberta novamente estabelece a metáfora do corpo/casa e a redenção transportada no ar e na luz que entra. A aceitação da perda e o escoar do tempo cicatriza os cortes, areja a habitação e o estar no mundo. Restaura o ritual de por a mesa e compartilhar os alimentos. Finalmente o eterno repousa no trivial e infunde espessura a nossos passos. A ausência ganha os contornos e a fidelidade de nossa sombra.



*Angélica de Moraes é Crítica de Artes Visuais, curadora independente, jornalista cultural.


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Texto publicado no catálogo da exposição Fragmentos Primordiais, 2004. Sala Especial MAC-RS - Museu de Arte Contemporânea do Rio Grande do Sul. Porto Alegre, RS. 


  
Dione Veiga Vieira. Fragmentos Primordiais/2004. Vista Parcial da exposição/MAC-RS - Museu de Arte Contemporânea do RS.



Vestígio e Sentido


Icléia Borsa Cattani ¹


Vestígios: não resultantes de uma catástrofe ou de uma lenta ação do tempo, mas criados por uma artista.

Toda a nossa vida é marcada por vestígios, que recebemos do mundo à volta ou que nós mesmos produzimos, involuntariamente, durante nossas trajetórias de vida. Uma fotografia cuja origem se perdeu, um objeto que guardamos durante anos por razões evidentes ou obscuras, fragmentos do mundo que recolhemos, como conchas, seixos, folhas secas, e ainda, pequenos indícios das pessoas amadas, presentes ou que se foram, como, um lenço, uma louça de uso pessoal, tantos outros...

Fragmentos de vidas, de um transcurso temporal, que permanecem como vestígios de nossas origens, de nossas raízes pessoais, familiares, étnicas, culturais e, num sentido mais amplo, de testemunhas de um possível sentido da vida.

Na arte, esses elementos são resignificados, adquirindo um sentido poético que vai muito além de sua simples origem de testemunhos, de talismãs ou de fetiches. Eles congregam-se através de um fio condutor que os aprofunda e os engrandece.

Fogo: no trabalho atual de Dione Veiga Vieira, o fio condutor é o fogo. O fogo é o que une os fragmentos, transmutando-os em vestígios com significados comuns. A artista impregnou-se das análises de Bachelard em Psicanálise do Fogo, sublimando os enigmas de sua história pessoal através de suas obras. O fogo, de elemento fundador do mistério maior de suas origens, transformou-se em matéria fundante de sua poética, isto é, de sua escolha dos materiais, de seu processo de criação e da instauração das obras elas mesmas. O fogo controlado, em oposição ao fogo destruidor que aniquila. O fogo positivo, que pode transformar-se em fertilizante do qual germinam novas vidas. E, entre ambos, a unção, o ato da artista de purificar os vestígios, atribuindo-lhes novas vidas enquanto elementos estéticos, enquanto arte. O fogo de Prometeu, que serve para criar. O artista como demiurgo que transforma os fragmentos numa totalidade plena de sentido, por sua ação sobre a matéria.

O fogo purifica. A matéria calcinada é outra em relação à original. Ungir a matéria queimada, com óleo, como num batismo ou na extrema-unção, é purificá-la duas vezes. Mas materializa também, o gesto demiúrgico do artista de dar vida a "pseudo-pessoas", que são as obras, segundo o conceito de René Passeron. Esperar que, dessas "pseudo-pessoas", venha a floração, é expressar o desejo que elas cumpram o destino humano, que é florir e frutificar, antes de fenecer. Todavia, sendo as obras de arte feitas para uma vida muito mais longa do que a nossa, o processo de floração pode ser permanente, atravessar os séculos. Através dele, a artista cria uma outra vida para os fragmentos de sua história: purificados de sua temporalidade e de sua circunstancialidade, eles florescem para sempre no âmbito das representações simbólicas.

Superfície: Dione sempre foi sensível à superfície das coisas, no mundo e em sua obra. Superfícies lisas, rugosas, ásperas, coexistiam em suas pinturas dos anos 80, compondo a pele dos trabalhos. Mas, não nos enganemos: como afirmou Paul Valéry, "o mais profundo, é a pele". Em nossa pele, inscrevem-se as sensações e os sentimentos mais arcaicos e mais profundos. O amor e o ódio nos são ensinados, sobretudo, através da pele: as carícias ou os maus-tratos, criam o mapa de nossas relações com o mundo.

Em trabalhos de dois anos atrás, Dione realizou furos: a superfície transpassada, como num ferimento, desvendava o interior. Não por coincidência, a artista estava, naquele momento, criando obras tridimensionais, semelhantes a pedaços de corpos, animais ou humanos: muitos lembravam carcaças nas quais a carne se expunha, despida do seu invólucro.

Nos trabalhos atuais, o fogo define a superfície das coisas. Ele modifica a matéria ao calciná-la, como a madeira transformada em carvão, mas também deposita, mesmo sobre as superfícies intocadas, uma camada de cinzas, como um véu. Poucos objetos escapam ilesos dessa ação, que contamina num negror ou em tons de cinza de tal modo, que todas as formas e todas as superfícies se confundem. O óleo que a artista passa não limpa os objetos, antes fixa para sempre a fuligem, acentuando as marcas e as cicatrizes provocadas pela ação do fogo e do tempo.

Objetos: os objetos são de duas ordens, nas instalações propostas. Primeiramente, os que são da ordem dos vestígios: cabelos, órgãos internos em parafina (comprados em lojas de ex-votos), carvão, espelhos, um "cordão umbilical" feito com arame e estopa. Por outro lado, aqueles que servem para conter, organizar ou expor: caixas e bacias, prateleiras, bancos. Todos esses objetos remetem ao corpo e ao universo doméstico da casa, estabelecendo um paralelismo entre ambos, que a artista enfatiza em seus textos. A casa como nosso continente, nosso segundo corpo, útero substitutivo que recria a ilusão da segurança e da completude perdidas. E isso nos remete a outro significado do fogo: em francês, a mesma palavra, foyer, designa o lar e o antigo centro de calor da casa, onde o fogo devia ser mantido permanentemente aceso em tempos passados, para garantir as condições de sobrevivência dos moradores: o calor e o alimento. Normalmente, eram as mulheres da casa as responsáveis pela manutenção desse fogo, durante as vinte e quatro horas do dia. As funções biológicas femininas, de abrigar e nutrir os fetos em seus ventres, eram assim simbolicamente transferidas ao espaço da família. Não por acaso, então, Dione coloca útero, seio, cordão umbilical, uma trança de cabelos nesse corpo-casa-arte. Ela cria, não um espaço feminino, mas um espaço do feminino, com as questões arcaicas e tão atuais que o compõem.

Esse corpo-casa é uma busca do identitário, e os espelhos (um nítido, outro, significativamente, velado pelo óleo) o evidenciam. Não se trata apenas, no entanto, de sua identidade pessoal, mas novamente de uma questão mais ampla, profunda e generosa: uma interrogação sobre a potência do feminino, sua capacidade prometêica de fazer florescer o calcinado, de purificar pela unção, de unir os vestígios, "pequenos e frágeis testemunhos de uma origem", segundo a artista, e atribuir-lhes sentido.

Sua busca das origens pessoais é transcendida no ato da criação, passando a espelhar o enigma de todos nós. Ao criar e ao recriar vestígios, unindo-os através de um fio condutor que evidencia a dialética destruição/ reconstrução, Dione permite que se exerça a potência da arte.

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[1] Icleia Cattani é pesquisadora e crítica de arte, Professora do Instituto de Artes da UFRGS - Universidade Federal do Rio Grande do Sul.
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-Texto publicado originalmente no catálogo da exposição A Calcinação, a Unção e a Floração, 2003. MALG - Museu de Arte Leopoldo Gotuzzo, Pelotas, RS.

-Texto publicado no Terceiro Volume da Antologia "Pensamento Crítico" de Icléia Cattani, Organização Agnaldo Farias, edição FUNARTE - MEC, Rio de Janeiro, RJ, 2004.

O corpo invisível


*Mário Röhnelt


A instalação O Corpo Invisível, de Dione Veiga Vieira, na capela da Rua Dom Pedro II, em Porto Alegre, RS, impacta de imediato. Pequena e de espaço único, de poucas interferências, a capela pode ser abrangida de todo pelo olhar de quem entra. Ao fundo vemos um pequeno altar de madeira e na parede atrás deste, alguns vitrais. Dione fez sair desta parede, ao fundo, diversos tubos plásticos transparentes preenchidos de um líquido vermelho assemelhado ao sangue. O conjunto de tubos desce da parede de onde emergiram, atingem o chão da capela e dirigem-se à frente da mesma rarefazendo-se gradativamente, e retornam à sua origem pouco depois de atingirem a metade deste espaço. Aqui e ali estão dispostas algumas bacias metálicas contendo estopas embebidas no mesmo líquido vermelho que preenche os tubos plásticos.


Não fica dúvida. A obra remete à Paixão de Cristo. Mesmo para um leigo como eu, a capela é o lugar onde os crentes lembram e homenageiam o sofrimento e redenção daquele que se tornou o símbolo do sofrimento e redenção de cada um de nós, unidades da raça humana. Na metáfora de Dione, as veias, onde circula a seiva que alimenta a vida, são extraídas do seu esconderijo corporal e expostas ao olhar. Isso ocorre no espaço da capela que assim transmuta-se, simbolicamente, em corpo. Sendo ela, um espaço sagrado, o corpo simbólico em que é transformada é portanto um corpo sagrado. Adiante de qualquer retórica imposta ao fato visual, são inequívocas a presença dessas aproximações. Um drama cria a sua atmosfera nesse espaço. As bacias e suas estopas, tintas de vermelho, lembram que o corpo precisa ou precisou ser limpo e o sofrimento tratado.


Como espectadores somos conduzidos portanto ao interior de um corpo, mas um corpo de hierarquia superior ou à esta associado, pois é sagrada, religiosa. Isto decorre de uma espécie de adequação delicada, sutil e respeitosa com que a obra de Dione se insere no espaço da capela. Na verdade pode-se dizer que a instalação se dá não só no espaço enquanto metros cúbicos, largura, profundidade e altura, mas numa espécie de aderência ao caráter simbólico deste espaço.


Diferentemente de uma galeria de arte que possui, digamos, espaço maleável à diversos significados, a capela impõe-se pela força de seu significado próprio. Dione parece compreender isto. E mais, parece se interessar por isto e acaba por construir um equivalente contemporâneo à pintura religiosa do passado. Os elementos estão presentes. A memória e fantasma da dor estão presentes. A generalização da idéia de sofrimento transporta os observadores para um culto coletivo, uma vez que todos nós, visitantes, reconhecemos nesse espaço aquilo que nos é atávico, a dor que nos é comum ou será.


Se na arte do passado o sofrimento do Cristo está contido nos limites da moldura, nesta instalação este drama alastra-se pelo chão de sua própria casa, que também é seu corpo, que também é nosso corpo individual e social.




* Mário Röhnelt

 Artista Plástico
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